10/8/11

Agresividad en los niños


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Que un niño sea agresivo puede tener varios detonantes. Es importante que los padres desarrollen un nivel de comunicación con sus hijos desde bien pequeños para que puedan detectar y corregir esta dificultad a tiempo.
El comportamiento de las personas tiene un origen biológico o aprendido. La agresividad puede desarrollarse por estos dos factores. La educación recibida es la responsable de retraerla o actualizarla.
Es común que los padres se preocupen si sus hijos frecuentemente hacen rabietas o son desobedientes. Pero no es para lamentarse, culpar o adjudicar a los demás "lo insoportable" de esta situación. Sucede que detrás de cada acción negativa que realizan hay un llamado de atención que debe alertarlos. Es posible que algo no funcione correctamente, no sólo en el niño, sino también en el ambiente familiar o social en el que se desenvuelve.
El neurólogo austríaco Sigmund Freud la definió como una reacción del ser humano para evitar el dolor, para escapar de una situación incómoda y no deseada. Otros especialistas la consideran el resultado de una frustración, un trastorno de atención, de hiperactividad o un problema de presión encubierta. ¿Cómo descubrirlo? Prestando atención a la conducta. Por eso es preciso que los padres o tutores desarrollen un nivel de comunicación temprana "sana" con el pequeño, una capacidad de empatía.
Así lo explica la psicóloga y terapéuta familiar Wanda Mateo, quien dice que cuando los niños se sienten comprendidos por sus padres, calman sus rabietas. La especialista recomienda que “las figuras de autoridad” se pongan en el lugar de sus hijos. Pero no es una tarea que todos asumen a pesar de que facilita el manejo de esta actitud: "Hay padres que no son capaces de conectarse con el sufrimiento de sus hijos y por eso su agresividad es el único medio de hacerse sentir”. Ahora bien, no se trata de complacer, sino de entender. Cuando el niño se dé cuenta de que se preocupan por comprenderlo, va a ceder. “Su malcriadez desaparecerá”.
Desde el primer año, cuando empieza a movilizarse, el niño comienza a manifestar los síntomas del “mal genio”. Desde ese momento se puede prevenir y corregir este comportamiento. Pero si los adultos de la familia son agresivos y/o violentos, es muy difícil que puedan manejar su enojo y mucho menos identificar los elementos estresantes, expresa la psicóloga. Esos componentes son conocidos como “fuentes generadoras de tensión” que son los que ocasionan los problemas en las relaciones.
Un ejemplo que nos plantea la licenciada Mateo es la hora de levantarlos para ir a la escuela. Esta situación puede presionar a los pequeños porque “se está violentando su ritmo. Tenemos que entender que el tiempo del niño es diferente al de los adultos. Entonces hay que darles espacio para que se preparen, sin que le violentemos ni seamos demasiado flexibles”.
Una vez se identifica el problema es más fácil buscarle soluciones. Si en vez de aplicar medidas favorables se reacciona con ira, “se crea un círculo violento, una retroalimentación negativa”, como lo sugiere la especialista. En consecuencia, eso es lo que asimila el pequeño: ser agresivo cada vez que se sienta incómodo.
“Detrás de un niño agresivo hay un niño agredido”
Antes de juzgar la conducta del infante, hay que mirar en retrospectiva; investigar su historia, pues es muy probable que su agresividad sea a su vez el resultado de una agresión. “El niño que vive en una familia donde sus padres lucen agresivos, va a aprender que los problemas o conflictos se resuelven de esa manera o que esa forma es la única de resolver o de reaccionar ante situaciones de tensión”. Asimismo, Mateo, egresada de INTEC, considera primordial que quienes están a cargo del cuidado del niño sean responsables de lo que le enseñen. La educación va de la mano con el comportamiento. Si se suele gritar al personal del servicio, sepa que es muy probable que sus hijos también lo harán.
Por Nazaret Espinal 4ta. Edición

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